Puzle desordenado

Lo medimos todo. Calculamos meticulosamente cada por qué. Cada paso, movimiento, decisión y reacción. Y cuanto más precisos somos, más lo celebramos. Porque hay que ver lo que nos gusta pensar que lo tenemos todo bajo control.

Nos pasamos el día midiendo, sí. Pero entre suposiciones la vida pasa, cambia y te descoloca.

Ocurre muy rápido. A veces ni te das cuenta. Solo es necesario el tiempo que tarda un isótopo de Cesio 133 en producir 9.192.631.770 oscilaciones en su radiación en condiciones de temperatura de 0 grados Kelvin.

O lo que es lo mismo: un segundo de nuestro tiempo.

La palabra “segundo” proviene de “sequire” que significa seguir. Y eso es exactamente lo que intentamos: le damos cuerda al tiempo para seguir, a toda costa, esquivando obstáculos y omitiendo contratiempos.

Lo medimos todo para sentir que avanzamos. Moldeamos los instantes hasta creer que hay años, días y horas. Minutos que son piezas de un puzle por encajar.

¿Pero qué pasa cuando algo se desajusta?, ¿qué pasa cuando llega la radiación de ese isótopo, ese segundo que supone el adiós a tus cálculos y a tu bienestar? Pues pasa que hay que reinventarse, imaginar y apostar. Todo a una carta. Juego a arriesgar.

También pasa que es solo entonces cuando descubres lo realmente singular. Y es que hay alteraciones que te atrapan, te maravillan y te abren las puertas de un mundo en el que te apetece ahondar.

Es por eso que me gustan las grietas y la luz que dejan pasar. Los puzles desordenados con capítulos por explorar.

— Prólogo de Ciclocuentos, Álex Ambrós